Metro de Madrid, trece de noviembre de 2009, 11:45 de la mañana. Una sonrisa entra en el vagón con una guitarra y se dirige a los viajeros con total respeto y agradecimiento por nuestra atención, anunciando que va a cantar porque «es el modo en que ahora sobrevivo».
Antes de rasgar las cuerdas de su guitarra pide disculpas anticipadas si algún viajero se siente molesto, y acto seguido nos informa de quién es el autor de la pieza que va a interpretar. Atornilla sus talones al suelo y una voz clara y poderosa se alza sobre el traqueteo metálico y las cuerdas cansadas de su guitarra. Me detengo: contemplo un ejercicio de DIGNIDAD.
La canción dura más de una parada. El vagón acoge más viajeros mientras él sigue cantando, entregándose a su obra, mostrando el mismo respeto y agradecimiento que cuando entró. La canción llega a su fin y la vida que habitaba los asientos del metro se hurga el corazón y CORRESPONDE CON GRATITUD. Unos sacan monedas, otros miradas de admiración, la cosecha es copiosa porque nuestro músico ha conectado con nosotros, pero no con su música, sino con la relación que ha sabido establecer en cinco minutos sublimes de humanidad.
Gracias maestro. Fui testigo en primera línea de una experiencia de intercambio ético. Ese día decidí crear este blog y desde entonces he querido escribir estas líneas para ti.
(Señor alcalde de Madrid: la calidad de las vivencias no se puede medir en cemento. Deje usted que los artistas anónimos se ocupen de nosotros).