En las elecciones de diciembre de 2015 por primera vez no sabía a quién votar. No por escasez, por abundancia.
Hasta cinco partidos mostraron algo que me permitía conectar con ellos. Mi voto lo decidí a pie de urna mientras mi hija, de diecisiete años, me preguntaba sobre política y democracia.
Tuve que reducirme a una de las cinco opciones. Y sentí que mi voto no fue acorde a mi sentir.
Mi voto fue una elección forzada y, sobre todo, una elección incompleta.
He dado muchas vueltas a este tema. Quien me conoce de cerca sabe que llevo varios meses compartiendo una pregunta en todo tipo de foros y conversaciones. Esta:
¿Qué pasaría si en vez de un voto, tuviéramos diez votos? ¿Si cada votante pudiera repartir esos 10 votos entre los partidos políticos con los que conecta?
Desde mi mirada de ciudadano sólo le veo ventajas:
1) Si la persona es plural en sus opciones políticas podrá expresar esa pluralidad en origen, votando a varios partidos y dándoles a cada uno la cuota de preferencia deseada.
2) Si la persona sólo tiene un partido preferido puede dar los 10 votos al mismo partido, como hacemos ahora con nuestro único voto.
3) Si quiere decir que ninguno le interesa puede dar los 10 votos al blanco, como hacemos ahora con el voto en blanco.
4) Si quiere expresar que algunos partidos le llaman la atención pero no le convencen del todo, puede dedicar una parte de los 10 votos a los partidos que le interesan y dejar una parte para el voto blanco.
5) Creo que bajaría la abstención, pues las personas que no votan a ninguno, porque no se pueden decantar, dejarían de tener ese problema ya que este sistema no obliga a decantarse.
6) Pero claro, si alguien no quiere votar, pues no votará y contará como una abstención.
7) Desde el mismo momento del recuento cada partido tendrá una métrica precisa de la solidez de sus apoyos. Podrá clasificar a sus votantes en (a) los «plenos», que le han dado los 10 sufragios; (b) los «mayoritarios» que han dado de 6 a 9 votos de los 10 posibles; (c) los «mitá y mitá», que han aportado 5 votos de los 10 y (d) los «minoritarios» que han dado a ese partido entre 1 y 4 votos de los 10 posibles. El simple recuento de los votos ofrecerá una información que dará significado cualitativo a la cantidad de votos conseguidos.
8) Y, además, cada partido sabrá con qué otros partidos comparte votantes y en qué cuantía. Es decir, la labor de los pactos post-electorales entre partidos estaría ya bastante orientada y -MUY IMPORTANTE- sería todo más transparente, pues antes de sentarse a la mesa de negociación todos los participantes y la sociedad -al mismo tiempo- conocerán el «poder» real de negociación que la ciudadanía les ha otorgado. Acabaríamos con eso de que «los votantes del partido tal quieren que se pacte con el partido cual y no con el de acullá». No habrá que interpretar tanto, el recuento será por sí mismo clarificador.
Empezar con este sistema a nivel de todo el país es muy punky, vale. Pero …
¿Qué nos impide en las próximas elecciones locales elegir 20 municipios (al azar) donde experimentar este nuevo modo de escuchar las preferencias ciudadanas en las urnas, y comprobar qué efectos tiene sobre la gobernabilidad?
Ahí está la idea. ¿Debatimos?