En que el poder de la pregunta “¿en qué creo?” se acrecienta si pienso en las personas sobre las que tenemos influencia.
Y esto tiene su lectura en las organizaciones, pues también creo que la cultura de una empresa reside en el conjunto de creencias compartidas, su propia mitología. Quienes tienen la responsabilidad de liderar la organización, los grandes influyentes, tienen la responsabilidad de nutrir y cuidar del conjunto de creencias compartidas.
Al pensar en organización me adentro en un terreno adyacente, que no es lo mismo, pero en ocasiones se asemeja: el concepto de comunidad. De hecho, cuando una organización funciona como comunidad avanza mucho más rápido y más lejos.
También creo que una comunidad nace y se desarrolla cuando hay tres ingredientes: afinidad entre sus miembros, finalidad común y la confianza de sus integrantes en estar haciendo algo valioso.
Disponer de un conjunto de creencias engrasa la ecuación del comunizar.
También creo que está cambiando el modo en que depositamos la confianza en las organizaciones de todo tipo. Pienso que se están dando dos movimientos:
- De la confianza en la voz institucional, a la confianza en la voz de los pares.
- De la confianza por lo que dices, a la confianza por lo que cumples.
Así, vemos emerger el crowd media como superación de la era del mass media.
Para entrar en ese campo llamado crowd media las organizaciones con marca tienen que alinear los dichos y los hechos. No es cuestión sólo de “los hechos”, es cuestión de la coherencia entre los dichos y los hechos, pues estos cogen relieve cuando van precedidos de compromisos apalabrados.
Y esto me conduce al valor de la palabra dada y al recuerdo de mi padre. Él me enseñó con su ejemplo, sin doctrina, que una persona vale lo que vale (la confianza en) su palabra.
¿En qué creo?: que “palabra” es un sonido que evoca narrativa y ética.
Gracias papá, por tu influencia.