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En que el poder de la pregunta “¿en qué creo?” se acrecienta si pienso en las personas sobre las que tenemos influencia.

Sapiens, una historia gráfica. Página 33.

Y esto tiene su lectura en las organizaciones, pues también creo que la cultura de una empresa reside en el conjunto de creencias compartidas, su propia mitología. Quienes tienen la responsabilidad de liderar la organización, los grandes influyentes, tienen la responsabilidad de nutrir y cuidar del conjunto de creencias compartidas.

Al pensar en organización me adentro en un terreno adyacente, que no es lo mismo, pero en ocasiones se asemeja: el concepto de comunidad. De hecho, cuando una organización funciona como comunidad avanza mucho más rápido y más lejos.

También creo que una comunidad nace y se desarrolla cuando hay tres ingredientes: afinidad entre sus miembros, finalidad común y la confianza de sus integrantes en estar haciendo algo valioso.

Comunizar

Disponer de un conjunto de creencias engrasa la ecuación del comunizar.

También creo que está cambiando el modo en que depositamos la confianza en las organizaciones de todo tipo. Pienso que se están dando dos movimientos:

  • De la confianza en la voz institucional, a la confianza en la voz de los pares.
  • De la confianza por lo que dices, a la confianza por lo que cumples.

Así, vemos emerger el crowd media como superación de la era del  mass media.

Del Mass Media al Crowd Media

Para entrar en ese campo llamado crowd media las organizaciones con marca tienen que alinear los dichos y los hechos. No es cuestión sólo de “los hechos”, es cuestión de la coherencia entre los dichos y los hechos, pues estos cogen relieve cuando van precedidos de compromisos apalabrados.

Y esto me conduce al valor de la palabra dada y al recuerdo de mi padre. Él me enseñó con su ejemplo, sin doctrina, que una persona vale lo que vale (la confianza en) su palabra.

¿En qué creo?: que “palabra” es un sonido que evoca narrativa y ética.

Mariano Barral Bermejo. 1932-2021

Gracias papá, por tu influencia.

 

Ha llegado el momento de tomar la iniciativa, de empezar a construir comunidades igualitarias y productivas no como experimentos ni como «islas» en un océano de grandes escalas. Al principio serán solo «ejemplos». Pero el ejemplo, acompañado de la idea de que la emulación es posible, es más poderoso que cualquier forma de propaganda.

La alternativa comunera no aporta la seguridad gregaria del hooligan político ni el orgullo vacío del racista. La pertenencia comunitaria es un reconocimiento en el trabajo y el aprendizaje, no es una «esencia» heredada de la cultura nacional o el nacimiento, ni el resultado de una adhesión insustancial o un carné. No es el producto de la imaginación permanente de un enfrentamiento con unos malvados universales. Es un construir constante con otros, un hacer en el que todos crecemos juntos, compartiendo cada vez más responsabilidad, dando y recibiendo confianza. Es lo opuesto al sentimiento de impunidad que «libera» al «seguidor» protegido por el líder, la bandera o la marca política en el ruido de las barricadas callejeras, los rifirrafes virtuales y los «zascas» mediáticos. Ser comunero es ganar autonomía y seguridad en la fraternidad del aprendizaje, redescubrirse valioso y valorado en el trabajo compartido. Ser comunero es poner en acción los valores en los que creemos, no competir por gritarlos más fuerte o enarbolarlos como un arma amenazante. Ser comunero no da la tranquilidad estática del yogui o el místico que busca el silencio de la soledad, sino la serenidad del que escucha y propone incluyendo al otro, sin escudarse en la indignación para no hacer nada ni ocultarse en el desdén de una pretendida superioridad. Ser comunero es un modo de vivir, aprender y construir compartiéndolo todo con los demás.

Necesitamos crecer con otros para poder reconquistar la vida de verdad. Toda «salida individual» no es más que una forma más del «sálvese quien pueda». Por supuesto que ante un entorno en descomposición se puede intentar acumular algo de dinero, encontrar una casa lejos de todo y vivir sin querer saber nada de nadie; o ganar un empleo estable aunque mal remunerado, interactuar lo menos posible en él y relegar la vida a lo que queda del día tras la jornada. Pero todas estas estrategias no son realmente satisfactorias sino distintas formas de hacer una retirada más o menos ordenada. A medio plazo son una autocondena a la melancolía. Aislarse, ponerse al margen, aun si llevara a vivir sin el apremio constante de la supervivencia monetaria, significaría renunciar a crecer, a desarrollarse, a realizar los ideales personales en la propia vida. Es otra forma de exilio.”

Fragmento de: “Manifiesto Comunero”, Las Indias, páginas 74-76.

Si sientes que este texto habla de ti, no esperes más lee el Manifiesto Comunero completo. Sentirás el deseo de compartirlo y de sumarte a multiplicar.

Mil gracias a los amigos de Las Indias por esta iniciativa, cuyo texto está abierto al enriquecimiento colaborativo de los lectores.

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