La luz tranquila del horizonte se elevaba como una esperanza que parecía indicarle que todo iba a salir bien. O eso quería creer él. Porque las insistentes llamadas que saltaban en la pantalla del salpicadero indicaban lo contrario: mamá, papá, Mónica… Entendía la preocupación, pero no iba a contestar a nada ni a nadie. No de momento.
A sus 21 años tenía: unos padres preocupados por su futuro, una novia magnífica, la certeza absoluta de estar haciendo algo importante por primera vez en su vida, muy poca experiencia al volante y la duda de si estaría cometiendo algún delito.
El camino de asfalto quebraba los montes dibujando en su mente la geografía de los veranos de su infancia, un trazado confuso en el que confluían heridas de bicicleta, el fresco de las noches, el peinado de su abuela.
Su abuela le contaba cosas que a él lo dejaban sin palabras (literal) pero que lo llenaban de emociones, de imágenes. Tanto, que aquel día en la residencia de ancianos, en su relato desnudo, él entendió que su cansado cuerpo le estaba pidiendo tierra. Su voz, fuerte y profunda, se dibujaba en su cabeza como raíces que se agarran con rabia; pero, a la vez, era ágil y fresca, como el caudal que fluye alegre en el deshielo. Necesaria e inolvidable, como un sorbo de vino, de esos que palpitan en el mapa de la piel que se estremece, de la delicadeza de la yema de los dedos cuando acarician al ser amado.
Adoraba a su abuela. Y al verla tan desvalida y pálida, apenas sujeta por el cinturón de seguridad y el último aliento, lloró como el niño que entonces estaba empezando a dejar de ser.
Amanecía cuando los encontraron. Él, junto a la cama de ella, la boca inundada de pena y sal. Ella, blanca y fría, de cera y nieve, con sus dedos rígidos envueltos en la calidez de las manos de su nieto, que habían puesto en las suyas, antes del definitivo adiós, una piedrecita de aquellas del camino, de las que sujetan la rama y la flor, de las que levantan los monumentos de los campesinos.
Diseño: Isabella de Cuppis
Textos: Susana Fuentes
Voz: Marta Garcia