Instituto Tramontana, la cofradía.

 

Fundación Ortega-Marañón. Madrid. 5 de octubre de 2024.

 

Muchas gracias a quienes organizan este encuentro por darme la oportunidad de tomar la palabra y dirigirme a un público tan exquisito y con quien comparto una suerte de hermandad.

Igual que los bares y tabernas memorables tienen parroquia -no clientela, sino parroquia-, estaréis conmigo en que nuestro querido Instituto se da aires de cofradía.

La cofradía es ese lugar donde se confraterniza, y de ahí que sus miembros se digan hermanos y hermanas. No de sangre, sino de devoción.

Yo creo que en cada uno de los hombres y mujeres que nos acercamos a la lumbre de Tramontana, se escucha un latido devoto que resuena con lo bello que tiene el mundo para nosotros. Somos, sí, abanderados de lo bello, y de sus inseparables hermanos, lo bueno y lo verdadero.

Ya que tengo la ocasión de dirigirme en fraternidad, quiero contar dos pequeñas historias sobre mi experiencia en el Instituto en torno al “avanzar o progresar”.

La primera es la experiencia de exfluir. De vivir en primera persona el drenaje de los modos de pensar que ya están gastados, de las ideas fatigadas de tanto ir y venir al trabajo. Fatigadas de tanto cumplir y poco excitar.

Comencé mi carrera profesional como investigador social en 1990 y en todo este tiempo he ido refinando la praxis de mi oficio, al que adoro. Quizás suene a hipérbole, pero dedicarte a la investigación social en el final del siglo XX y lo que llevamos de XXI, es como llamarte Brunelleschi y vivir en la Florencia del Quattrocento.

Un Obelix cayendo en la marmita.

¡Caray! es una época que lo tiene todo para gozar de este oficio “como un marrano en un charco”.

Pero como en todos los oficios, si sólo son oficios, llega esa época en la que prácticamente tocas de oído, cuando vas tan sobrado que la cosa se vuelve previsible y rutinaria.

Ahí estaba yo, en 2020, y quiso la Fortuna que se cruzara en mi camino el programa firmado por “un tal Antúnez”, que juntaba en la misma frase las palabras diseño, mensaje y narrativa.

Por esa puerta de la Narrativa con mayúsculas, como aprendí con José Luis, ingresé al Instituto. Y me encontré con la Teoría Práctica. Así, sin más, sin necesidad de “y”, mucho menos de “o”.

Así, dos sustantivos hermanados, “Teoría Práctica”, con vocación de verbo: la acción de pensar haciendo y hacer pensando.

Así, entendí la diferencia entre un oficio simplemente “oficiado” y un oficio profesado; cultivado en ese pensar haciendo y ese hacer pensando.

La bajamar se llevó las ideas gastadas y con la pleamar llegó lo fresco.

Sin duda, eso es avanzar.

La segunda historia tiene que ver con la fundación de un nuevo negocio, el 5 de enero de 2023, día señalado.

Ese día, tras más de tres años siguiendo a la estrella de Belén, salimos de la notaría -esa suerte de paritorio- con una escritura de constitución bajo el brazo y la inversión necesaria para poner en práctica una nueva empresa, hija de su tiempo. Hija de padres con linaje tramontano.

Nuestro proyecto es diseño; no quiere usar el diseño, quiere ser diseño. Y en nuestra cultura de marca diseño es el disfrute funcional de ética y estética.

Fijaos que salto. Antes de conocer el Instituto pensaba el diseño como “lo bonito, eso que hace que las cosas queden monas”. Ahora pienso el diseño desde el disfrute funcional de ética y estética.

Eso también es avanzar.

Y, como os digo, este salto cualitativo es gracias a lo que se vive y se aprende aquí, en esta cofradía, con estos cofrades.

Y de ahí mi agradecimiento a todas las personas que en ese tremendo golpe que fue 2020 tomasteis la decisión de dar un paso al frente y hacer lo que había que hacer.

El Instituto Tramontana encarna la célebre frase de Peter Drucker “donde hay una empresa de éxito, alguien tomó alguna vez una decisión valiente”. Y tanto.

Gracias Javier por esa cordura insensata que nos permite, hoy, celebrar el avance y el progreso.

Infinitas gracias, de corazón, que por supuesto es el que manda.

 

Luis Miguel Barral González

 

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