Tempus Sacrum. Dos cumpleaños.

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Le encantaba que su padre le contara una y otra vez la historia de cuando su tío cogió a su abuela en el coche y la llevó al pueblo de noche. Como ella aún era una niña, y apenas llevaba en la familia un par de años, su padre temía que no entendiese bien algunas palabras… Bueno, más que algunas palabras, algunos conceptos, o que estos pudieran marcarla de algún modo, generarle recuerdos negativos, miedos. Por eso, evitaba la parte de la historia en la que la abuela moría en el pueblo, en su cama, y cada vez adornaba más y mejor la hazaña de su hermano pequeño. De tal forma, que la niña empezó a mirar a su tío como una especie de héroe.

El día de su segundo cumpleaños, porque ella tenía dos cumpleaños, uno, el del día que nació; otro, el del día que llegó a la familia, su tío, otra vez, no fue puntual. Lejos de enfadarse, a ella le pareció que por la puerta entraba un jinete de verde luna, uno de esos que dibujaba en el cuaderno después de que él le leyera esas cosas tan bonitas que llenaban de figuras sus sueños. Porque ella había dibujado ya jinetes morenos, caballos grandes y una luna verde. Y había soñado con todos ellos. Y sabía que lo que le pasó a la abuela en el pueblo aquella noche era un otoño que venía con caracolas, uva de niebla y montes agrupados, porque así lo recitaba su tío.

-Tío, ¿cuándo vas a darme mi regalo de cumpleaños?

-El día en el que haga algo que dure siempre y pueda ponerle tu nombre.

Ella sonrió con esa dulzura fresca que solo tienen los pétalos cuando el rocío los despereza, y él supo que daría su vida por cuidarla. Y que en ese incesante devenir de los días, en ese cambio permanente, hay algo que permanece pero nunca se repite: la aurora que sepulta la noche, la desesperanza, toda tristeza. Así era su sobrina.

 

Diseño: Isabella de Cuppis

Textos: Susana Fuentes

Voz: Marta Garcia

 

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