Amada Andrea,

Hoy, en estas horas tardías del otoño de un año que pasará a la historia por su garra afilada y disruptiva, hoy, nos casamos tú y yo.

En este tiempo en que las noches profundas nos invitan a habitarlas, ofreciendo su mansa quietud para que sea nuestro calor quien caldeé la compañía con buenas conversaciones y caricias, afinadas como notas armónicas que saben tocar la cuerda exacta en el momento preciso, dando voz a la música callada que vive en nuestros corazones.

Los mismos corazones y corajes que nos han traído hasta este lugar, en este momento. En la Casa de la Justicia donde reina una mujer con balanza y venda en los ojos, aquí me presento ante ti, ante el mundo y ante las leyes de los hombres, y proclamo que aquí estoy, amor mío, porque al escucharte decidí quitarme la venda de los ojos y, entonces, descubrí una nueva mirada. Una mirada fundacional y constituyente de una nueva morada, donde habitarme como el hombre que deseo ser para ti, para nosotros.

Andrea, no hay magnitud ni unidad de medida que me sirva para expresarte la infinita gratitud que siento hacia ti, la mujer que ha puesto en mi vida el sentido trascendente de vivir en pareja. Un lugar donde la danza de femenino y masculino genera alegría, belleza y abundancia. Un lugar donde lo humano celebra lo divino.

¿Qué curioso que sea ante las leyes de los hombres que estemos aquí, hoy, celebrando la bendición de los dioses? Es una historia más para nuestro propio mito, ese que ya cuenta con pasajes hermosos, como aquel que narra la aventura de una mujer valiente que cruza los mares con su futuro a cuestas para dar cumplida cuenta de su propósito.

Es un honor que me hayas incluido en el viaje de tu destino.

Gracias Andrea. Gracias Lola. Gracias Luisa. Gracias también a Luciano, vuestro padre, por su gesto caballeroso. Y gracias especiales a doña Silvia y don Carlos Eduardo por haber abierto la puerta que te trajo a este plano carnal donde un hombre afortunado puede, hoy, abrazarte.

Te quiero Andrea.

11 de diciembre de 2020. Guadarrama. España.

 

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Nací en 1966, en Madrid. Prácticamente todas las viviendas de la ciudad tenían agua corriente. Soy un nativo del agua corriente en casa.

Mis padres, nacidos en el medio rural de los años 30, iban y venían a la fuente del pueblo para acarrear el agua hasta sus casas. Ellos eran el agua corriente. Cuando ya vivían en la ciudad, y convivían en el hogar con sus hijos … ¿quién crees que hacía un uso más eficiente del agua en casa, ellos o nosotros, sus hijos los nativos del agua corriente?

Te respondo: ellos, sin duda. El avance tecnológico no les alejó de su relación con un recurso tan valioso para la vida. Nosotros gastábamos más agua, especialmente en la ducha. No éramos tan conscientes de su valor.

Respecto a las tecnologías de la información encajo mejor en eso que llaman «inmigrante digital». No llegué a Internet hasta cumplir los 30 años. Me crié en un mundo analógico antes de usar las herramientas digitales. Me pregunto ¿el hecho de no ser nativo digital implica que el uso que hago de la digitalización es menos eficiente, que el de los llamados «nativos digitales»? ¿Es acaso mi «digital performance» de menor calidad? ¿Obtengo menos jugo que, por ejemplo, mis hijos o mis amigos veinteañeros?

¿No estará pasando algo parecido a lo que pasaba con el agua y mis padres? ¿No estaremos viviendo en un derroche de nuestro capital de atención? ¿No será que las herramientas que proveen de «eficiencia multitarea» nos alejan del aprovechamiento en plenitud de las cosas?

O algo más profundo: no sé tú, pero empiezo a estar un poco harto de que los algoritmos decidan por mi, porque para ellos soy una probabilidad y como tal me tratan. Pero, claro, pequeño detalle, yo no soy una probabilidad de mi mismo. Soy una unidad, eso sí, cambiante a cada momento, dinámica, fluyendo. ¿Y esto del fluir cómo lo pilla el algoritmo? Aquí un genial post de mi amigo Fernando Santiago.

Yo entiendo el entusiasmo por el Internet de las Cosas (IoT), y me parece fascinante. Leo lo que escribe Rifkin y digo WOW! Pero el Internet de las Cosas, para las cosas. Cuando las mentes que piensan en los algoritmos nos reducen a la naturaleza de cosa, algo falla de partida.

Por ejemplo, adoro Netflix pero me incomoda su insistencia en las recomendaciones especiales para mi, por ser yo. También quiero explorar, DESCUBRIR y hacerlo por mi mismo.

Me preocupa que, apelando a la eficiencia, nos conduzcan en rebaño a ser una humanidad despojada de búsqueda propia: «usted nunca lo hará mejor que un robot«. Desde esta idea madre se nos invita a ser una humanidad dócilmente amaestrada en la tarea de recoger lo que San Algoritmo nos envía. Una humanidad hecha para esperar.

El mundo analógico nos daba más cancha a lo inesperado. Ahora la información, el conocimiento, el entretenimiento, el comercio, la educación … es eso que sale por las cañerías de la algorítmica.

Estamos perdiendo el contacto con las fuentes. Ojo.

jaime_buhigasAlguien una vez lo definió como una mezcla de Leonardo da Vinci y Peter Pan. Se llama Jaime Buhigas Tallón , una de las personas más estimulantes que he conocido en mi vida.

Hoy, cuando estoy preparando la despedida de mis alumnos universitarios estudiantes de publicidad, he recordado esta pieza que Jaime nos brindó en TEDxRetiro, en otoño de 2012.

Siento que es el mejor consejo que puedo ofrecer a estos jóvenes con los que he compartido experiencia educativa los últimos meses.

En poco más de quince minutos Jaime nos enseña que CREAR algo nuevo exige eliminar lo que ya no sirve, y dejar espacio libre a que la imaginación remonte su vuelo con alas sutiles y sin límites, hasta encontrar la vía para CONCRETAR EN HECHOS lo aprendido en ese viaje.

Te animo a que te regales esos quince minutos. No te defraudarán.

INICIO Cap 1

MADRID ENERO 2013

El “reloj biológico”, esa expresión que llevaba ya un tiempo escuchando en boca de muchas mujeres y a la que nunca dio demasiada importancia, acabó por echársele encima de repente. Le entraron las ganas, un ansia más instintiva que lógica, un deseo más primario que racional, empezó a dominar su pensamiento. Era hora de ordenar las cosas, la vida, su vida con arreglo a la norma, al lógico devenir de la existencia, que nos conduce a unir nuestros afectos en pareja, hipotecar nuestra economía para comprar la morada, que ha de albergar a una prole en la que, si no estamos atentos, descargaremos más de la cuenta, más de lo necesario y conveniente. Había llegado el momento de tejer la red que amortiguara el vértigo de lanzarse a la convivencia, hacerse completamente adulto y responsable. Había llegado el momento de asentar la cabeza, de poner rumbo norte a una vida un tanto disoluta, y comprometerse, formar una familia, en fin, hacer lo que hay que hacer.

Ya estaba bien de picotear, de vivir a su antojo, entrando y saliendo sin nadie a quien pedir ni dar explicaciones. Sin discusiones sobre quién se ocupa de qué, sin pelear por el mando a distancia, sin decidir con cuál de las dos familias se come el domingo. Ya estaba bien de no poder espetarle a nadie que las croquetas de tu madre son las mejores del mundo, te pongas como te pongas, porque la masa no se hace de dos paletadas, hay que tostar bien la harina para que no sepa a cruda y echarle tiempo de muñeca para amalgamar unos ingredientes que se convertirán en una crema con sabor a gloria bendita mientras se rebañan los restos todavía calientes de la cazuela, todavía un poco indigestos como no puede ser menos en un placer semejante. Ya está bien de ir de independiente, libre y liberada, profesional que redime a generaciones de mujeres anteriores a las que se les negó el derecho de ser algo más que esposas y madres. Pero sobre todo, ya estaba bien de noches sin abrazos y mañanas sin caricias, ya estaba bien de no descansar en una mirada cómplice, de no contar con unas manos capaces de tomar las riendas cuando hasta lo más nimio te supera. Ya estaba bien de no sentir que alguien te ama irremisiblemente a pesar de todo, incluso cuando te odia, alguien que siente su destino irremediablemente unido al tuyo.

Hacía ya tiempo que acudía semanalmente a vaciar su alma, a sondear por los caminos del inconsciente, en busca no sabía muy bien de qué, quizá de respuestas a esas preguntas que muchos se hacen en algún momento de la vida, ¿de dónde venimos? ¿adónde vamos? ¿qué sentido tiene la vida en general y la nuestra en particular? Que a la postre es la que nos interesa colocar en el camino que otros ya antes, encontraron. Hasta que un día, ese inconsciente que hasta entonces la había protegido de forma instintiva, le jugó una mala pasada. Salió a luz un nombre, una relación, probablemente la más antigua de su vida, pues venía de la ya lejana adolescencia. La relación más protegida, la más oculta, la que no se quería remover, porque sin saber muy bien por qué, intuía que traería complicaciones.

– Hay un personaje en mi vida, dijo un día cualquiera en una de las sesiones,… pero bueno no quiero hablar de él-.

A una buena terapeuta no se le pasa por alto un desliz así, una veta de ese calibre puede dar mucho juego, puede abrir un melón extremadamente jugoso.

De manera semi inconsciente ella misma había levantado la veda, por mucho que se negara en un principio a hablar del tema, el anzuelo ya estaba echado y más podía la perspicacia de alguien acostumbrado a tirar del hilo de las vidas ajenas, que el deseo de no abrir una caja que acabaría por ser la de los truenos.

– ¿Quién es ese E. que comentaste el otro día?-

– Un “quizá” un “a lo mejor “ … no sé, alguien que lleva enamorado de mí toda la vida,-  mientras intentaba empapar en la falda el sudor vergonzoso, que le chorreaba de las manos.

– Pues con un “quizá” no se debe vivir… le contestó la psícologa, esa x de la ecuación hay que despejarla. –

Así que, ni corta, ni perezosa, tomó aquello como una consigna, se puso manos a la obra y le llamó por teléfono para decirle que deseaba verle, que tenía algo importante que hablar con él. Las casualidades de la vida quisieron que él tuviera un viaje previsto a Madrid para finales de mes.

Aquella coincidencia no hizo más que reforzar la creencia de que estaba haciendo lo correcto, pues el serpenteo de su camino parecía enderezarse hacia un puerto seguro donde echar ancla, donde amarrar en un nudo gordiano sus sentimientos a quien alguna vez, en un lance adolescente, había grabado su nombre con sangre al más puro estilo romántico…

Se le instaló un mariposeo en el estómago y una mueca tontorrona a modo de sonrisa, que no hacía más que esconder la mezcla de vértigo y excitación que le producía haber dado ese paso al frente.

Corrían los tardíos años 90, cercanos al temido 2000, con cuya entrada  se produciría una hecatombe informática de consecuencias prácticamente irreparables, auguraban los entendidos, porque yo nunca llegué a comprender mínimamente, si quiera, que un cambio de dígito pudiera desencadenar tamaños desastres. Como tampoco podía caber, ni en la más retorcida parte de mi imaginación, la situación que en la primera decena del nuevo siglo se iba pergeñando y que tendría su eclosión antes de cumplir el nuevo milenio la quincena.

¿Cuántos años tendremos en el 2000? ¿Dónde estaremos y con quién?

Eran preguntas y cálculos que yo, como muchos otros me hacía, porque cambiar de siglo y de milenio no era moco de pavo, no en vano superábamos el título de una de las series de ciencia ficción que había azuzado nuestra imaginación adolescente: “Espacio 1999”, que capitaneada por un joven Martin Landau, surcaba el espacio galáctico ante miles de miradas todavía crédulas e inocentes.

Cuando en los 90 hablábamos de los hombres y mujeres del S.XXI nos referíamos a modelos de personas que habían superado y trascendido muchos ismos: machismos, feminismos, sexismos en general dejados atrás en batallas ya libradas por otros, de las que tan sólo éramos meros beneficiarios. Los radicalismos de toda índole trascendidos en una integración globalizadora en la que cabríamos todos. Nuevos  colores y rasgos fruto de un mix racial que nos fortalecería como una especie referente de modernidad, ética, vanguardia, ecuanimidad… Individuos que habrían superado todo lo trasnochado, rancio y polvoriento que todavía le quedaba al S.XX. Por extensión, lo mismo ocurría cuando fantaseábamos con las empresas, las sociedades y ciudades, serían lugares más justos, más dinámicos, más adecuados al ser humano y sus necesidades vitales, más habitables, menos tóxicos en todos los sentidos. Esta bola azul que nos albergaba desde hacía milenios, que nos llevaba prestando su belleza gratuitamente desde casi una eternidad, tenía esperanza, tenía una oportunidad porque los nuevos seres le iban a devolver con mimo lo arrebatado, a reconstruir lo derribado, a restituir un equilibrio que nunca se debió quebrar. La vanguardia, lo alternativo, desde lo energético a lo cultural harían del mundo un lugar más habitable y respirable, porque era nada más y nada menos que una cuestión de ponerse a ello, si en España habíamos podido hacer una transición política más que digna, había tan sólo que seguir la inercia de un impulso que nos había traido hasta la democracia, la modernidad, la Unión Europea, la apertura. Sólo había que seguir caminando en esa dirección. Si las Saras Baras y Joaquines Cortés de turno habían sido capaces de trascender la pandereta y el traje de lunares y hacer del flamenco una seña de identidad; si una cocina tradicional y en exceso grasienta, había sido reinterpretada por una generación de cocineros que podían reventar la guía Michelin, si el jamón había pasado de ser el relleno de nuestros bocadillos infantiles, a la categoría de delicatesen, si habíamos pasado de la modista de toda la vida a generar una industria de la moda, si hasta los cantautores habían sido superados por una eclosión de grupos Pop capaces de grabar a fuego sus estribillos a perpetuidad en nuestra memoria, si Almodovar le había quitado la caspa al destape y este país empezaba a ser algo más que panderetas, muñecas de gitana, paellas, y bares con suelos repletos de peladuras de gambas, si esta tierra, tanto tiempo sumida en la penumbra, se había convertido en objeto de deseo y exportación, ¿qué no ocurriría en el primer mundo al que por fin pertenecíamos por derecho propio, donde los ordenadores, móviles y todo tipo de artefactos técnicos empezaban a poblar nuestras vidas?. El futuro ya estaba ahí, a la vuelta de la esquina y era nuestro.

Lo que nunca imaginamos es que en lugar de surcar el espacio interestelar que nos “prometía” Landau, lo que muchos estarían haciendo es morder el polvo, un polvo levantado por tantas turbulencias como las que azotan Occidente, un mundo a cuyos “dirigentes” parece quedarles poco de civilizados. El sistema capitalista puesto en entredicho, alguien apuntó la necesidad de refundarlo, el estado del bienestar en peligro de muerte por la caída de los mercados, a los que hay que cuidar y atender como si de una criatura de pecho se tratara, mientras dejamos a las personas al pairo de las fechorías de los ladrones de guante blanco.

La casa del futuro en lugar de nueva, reluciente y con todos los adelantos en domótica instalados, está llena de grietas, goteras y cimientos resquebrajados, mientras los ciudadanos de a pie asimilamos, a golpe de recorte, todos esos conceptazos como la prima de riesgo, los bancos malos, las preferentes, hipotecas basura, etc, etc…

Pero eso todavía tardaría en llegar, mientras tanto en los noventa nos sentíamos ricos, las familias aumentaban su parque móvil a la misma velocidad que iban apareciendo autovías por la geografía nacional. El aislamiento era definitivamente algo del pasado. Se construían casas como si no hubiera un mañana para disfrutarlas. Había llegado la televisión comercial, rompiendo con un monopolio que nos había tenido a régimen de canal y medio donde posar nuestras miradas sí o sí en la única programación existente: el telediario, Mariano Medina con el tiempo, Estudio 1, Sábado Cine, como toda modernidad un rumano que nos volvía locos con el zoom y los bailarines hasta que llegó el concurso por antonomasia para jugar en familia: Un, dos, tres…responda otra vez.

De un modo u otro todos nos habíamos sacudido la caspa e instalado en la modernidad, sacando pecho sin complejos por ser español y pregonar, que como aquí no se vivía en ningún sitio, por mucho que ahora estuviéramos más “viajaos”, como en casa en ningún sitio. Dónde vas a ir que se viva más de noche que de día, aunque disfrutemos de un sol radiante casi todos los días del año, dónde vas a encontrar una cañita tan bien tirada y tan fresquita, que no hay mejor remedio para la sed cuando aprietan los 40 grados a la sombra y que además, por ahí toman la cerveza calentorra y ni por asomo saben lo que es tapear y mucho menos jugárselas a los chinos.

Y así íbamos escribiendo una historia que nunca pensamos que se nos podía echar encima, que nos podía dar la espalda como un amante despechado….

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Este texto no está escrito por mi. No tengo ningún interés profesional en él. Este texto y yo somos partículas independientes.

Lo recibí en mi e-mail con el subject «¿Qué te parece?» y el texto: «Hola Luis, ¿Qué te parece como inicio de un relato/novela?»

Ya he contestado por e-mail a la persona que me lo envió. Además obtuve su permiso para hacer este experimento, consistente en trasladarte la pregunta:

¿Qué te parece como inicio de un relato/novela?

Si te apetece, deja tu comentario ahí abajo. Mil gracias 🙂

(ilustración tomada de http://www.artgerust.com/blog/consejos-publicar-un-libro)

Esta de la que hablo es una historia preciosa, contada en seis minutos. Sin una sola palabra.

Creada por alumnos de la Escuela de Animación Primerframe de Valencia, ha sido galardonada con el Goya al Mejor Cortometraje de Animación, en su edición de 2013.

En realidad esta pieza para mi se titula «Los Compradores de Humo». Cuando la vi por primera vez automáticamente empaticé con las víctimas del engaño ¿quién no ha sido estafado alguna vez? Pero al paladear la historia re-conozco que no me habla de quien vende humo, sino de quien quiere comprar sus sueños en vez de protagonizarlos.

Como ese niño que entrega su imaginación a cambio de un juguete.

Esta historia me habla de que cuando estás dispuesto a que otro te dé lo QUE más deseas, estás renunciando a ser QUIEN más deseas. Entonces el «humo sapiens» ya sabe que ha llegado el momento de desplegar su plumaje irresistible para llevarte al huerto. Y tú le darás lo que te pida porque sientes que su promesa de beneficio es inalcanzable para ti.

Tan obnubilado estarás saboreando lo fácil de tu conquista que, al descuido, acabarás como el rico de esta historia.

Me encanta este corto. Gracias a su director, Jaime Maestro.

Gracias a Pilar Javaloyes que me puso en su pista.

El verano me huele a verbena.

Sí, olor a verbena y a la hierba del huerto donde me escondía para fumar.
Verano rima con infancia y noches de estrellas agolpadas,
y con charlas debajo de un olmo en un pueblito castellano.
Y con segadores, y con hoces, y con caballos viejos rendidos que, con andares cansinos, se dirigen a su cuadra.
Y con la voz de mi madre llamándome a comer …
Y con un tomate de la huerta con una pizca de sal …

En fin, verano rima con holganza y aventuras. Con paja seca humedecida por esa nube.

(La foto tan chula la captó mi amiga Belén Viloria en las inmediaciones de Bahabón de Valcorba, Valladolid. España. Gracias Belén)

En este blog es un honor hacernos eco de la conferencia de Mario Alonso Puig en el II Congreso Internacional de la Felicidad organizado por el Instituto Coca Cola de la Felicidad, en Madrid, abril de 2012.

Destaco la idea más penetrante para mi de la conferencia del doctor:

como misterio que es, la felicidad no se puede descubrir. Sólo se nos desvela cuando nos lo permitimos.

Os dejo el video de los 30 minutos de su discurso.

Por cierto, me parece un GRAN acierto de la marca Coca Cola -un signo de inteligencia y modernidad- asociar su nombre y promover vida en torno a la felicidad. Gracias!

Foto: Rubén Morales

Si cualquiera de vosotros recibe un día un e-mail de un amigo o de una amiga, y tras leerlo te quedas mecido en sus palabras -como yo me quedé- y tienes a mano un blog, estoy seguro que harías lo mismo que yo: rendir un homenaje a la Amistad.

Hoy quiero compartir con todos vosotros este regalo que llegó a mi buzón de correo hace unos días. Os dejo con esta obra de arte inaccesible al paladar de las agencias de rating.

Para mis amigos…

Desde una dulce tranquilidad, desde una dulce estabilidad, que espero no sólo perdure, sino que vaya en aumento…os escribo.

Desde la privilegiada atalaya, que ahora mismo me proporciona trabajar para otros pocas horas, que más me sirve de laboratorio desde el que seguir observando este universo en el que nos movemos, tantas veces atolondradamente…

Desde el desahogo de no tener hipoteca y por tanto ser un poco menos prisionera de los bandidos modernos…

Desde la cómoda posición de no tener “cargas familiares”, en mi caso padres, que siempre han sido y siguen siendo un apoyo, una ayuda, es decir una “descarga”. Curiosa denominación la de carga para algunos de los seres que, se supone más queremos…

Desde la despreocupada situación de no tener prole a la que alimentar, nada más que la de disfrutar de la de esos otros a los que amo…

Desde esa dulce tranquilidad, hoy he recordado una canción de Alberto Pérez, que con sutileza matiza la diferencia entre lo que tiene importancia y lo importante…

Si discrimináramos lo uno de lo otro e identificáramos y colocáramos en el lugar que le corresponde a cada cosa y  aún decapáramos lo que tiene de importancia lo importante…seguramente nos quedaríamos, como ocurre con los amigos de verdad, con muy poco … y disfrutaríamos de ese poco que es mucho, porque es grande y bello y profundo…

Esos padres, esos hijos, esos hermanos, esos amigos…

Yo he descubierto placer en cosas que hasta hace no tanto me inquietaban… ese silencio, esa quietud, ese amor que en momentos he sentido y gozado con lujuria; esa observación no participante… esa comprensión y complicidad, esos besos, abrazos, gestos y guiños que nos hacen el tránsito por la vida mucho más gozoso…disfrutad los unos de los otros, los unos con los otros, disfrutad esta noche de lo “importante”… y mañana…seguid haciéndolo sin tregua porque probablemente no haya nada más importante, ni de más importancia…

Mil besos.

Ella más madridista que el escudo. Él barcelonista en vena. Ella blogea con su gracejo del barrio de Carabanchel («Madrí»). Él navega entre mitologías noveladas.

Desde hace tiempo se siguen en la Red. Se dejan comentarios en sus bitácoras, se echan piropos literarios y de vez en cuando algún requiebro zumbón.

Él acaba de publicar Antigua Vamurta, su primera novela. ¡Qué ilusión!

Ella tiene una hermana que, más que trabajar, da vida a una librería de barrio que no para de crecer en ventas desde su apertura -por algo será-, con un amplio escaparate que invita al paseante a leer. Librería Escolar y Mayo, calle de La Laguna, 32. Madrid.

Sin ponerse de acuerdo, sin que forme parte de la urdimbre de algún plan, la novela ya mira a los curiosos desde el otro lado del amplio escaparate.

Ella se siente feliz de haber creado esta estampa. Él, agradecido, celebra con todo el universo que a su Antigua Vamurta le han hecho un hueco en una librería con vistas a Carabanchel.

El encuentro que empezó siendo digital ya ha dejado su huella Off. Maravilla de hibridación. Ahora tienen más motivos para «ahONdar», pues lo que se encarnó Off, ya pide más vida On.

Escribo este post porque todos los días en este país, en este planeta, están pasando cosas así. Historías de armonía y colaboración desinteresada, porque sí. Historias que crecen al abrigo de ese contacto entre el mundo On y el mundo Off, como una suerte de marisma donde lo dulce y lo salado se besan, creando un estuario fértil de colaboraciones y posibilidades.

Son historias escritas en un idioma que nunca entenderán las agencias de rating, pero es el lenguaje de la Vida.

(Fotografía: Rubén Morales, de la serie Cuba 2009. Gracias Rubén)

La Red conecta ya a más de 2.000 millones de seres humanos y en los minutos que se tardan en leer este texto se sumarán varios miles más.

Encuentro fascinante la oportunidad de estar viviendo una época donde (casi) cualquier ser humano tiene amplias posibilidades de hacer escuchar su voz, sin gastar grandes sumas en la compra de espacios en los medios de comunicación.

Hoy tenemos la posibilidad de conversar con el mundo en un diálogo de ida y vuelta que se multiplica exponencialmente en la Red. Y ello constituye una gran oportunidad en esta época de incertidumbre, pues las personas, todas, tenemos un único dato estable, predecible y confiable: nuestra propia y singular manera de crear lo que queremos aportar al mundo.

Esa es nuestra marca, la marca personal. La única que nos acompañará toda nuestra vida.

Si eres un «inmigrante digital» y sientes que el mundo está cambiando en una mezcla de fascinación y vértigo.

Si intuyes -o concluyes- que los patrones aprendidos en el pasado se quedan cortos -no invalidados, pero sí cortos- para construir tu Aquí y Ahora profesional.

Si tienes la sensación de que podrías sacarle mucho más jugo en retorno a tu relación con el mundo a través de Internet.

Si quieres potenciar tu marca personal y/o la de tu organización, y todavía no tienes claro cómo priorizar tus acciones…

Óscar del Santo

Entonces te recomiendo que leas Reputación online para tod@s, el E-book que Óscar del Santo ha puesto en la red a disposición de todos nosotros de forma gratuita. ¡Muchas gracias Óscar!

Personalmente, tras leer este texto -en menos de dos horas- tengo más claro qué responsabilidad debo yo asumir, y qué briefing tengo que dar a la agencia de Social Media, para construir día a día la reputación de mi valor profesional y el de mi empresa.

Es un texto claro, ameno, MUY FÁCIL de leer y verdaderamente inspirador para quien esté construyendo una presencia sólida y coherente de su marca. No te dará las claves de tu marca, esas te pertenecen a ti porque, en expresión del genial Joan Jiménez: «nadie puede ser mejor tú que tú mismo».

Pero este libro de Óscar del Santo te dará el empujoncito que necesitas para sentirte capaz de pilotar a los mandos de tu marca en la Red. Creo que merece la pena que inviertas ese par de horas de tu vida.

REPUTACION ONLINE PARA TOD@S