Sobre el espíritu investigador.

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Yo tenía quince años cuando en Televisión Española se emitió la serie Cosmos, producida por Carl Sagan. Corría el año de 1981 y recuerdo que aquella serie de divulgación sobre astronomía despertó una auténtica ola de pasión en la sociedad española de la época.

Hace unos días visionando de nuevo la serie reviví con mis hijos la bella historia de cómo Eratóstenes dedujo la longitud de la circunferencia del planeta Tierra hace 2.200 años sin tener la posibilidad de circundarlo. ¿Cómo lo hizo?

Gracias a un espíritu libre de prejuicios que le permitió interrogarse sobre lo que observaba con la suficiente limpieza en la mirada, como para no dejarla empañar por las ideas establecidas en su época.

Cuenta la historia que llegó a oídos de Eratóstenes como en una ciudad del sur de Egipto llamada Siena, al mediodía del 21 de junio se podía ver el sol reflejado en el agua de un pozo hondo, y que las columnas del templo no proyectaban sombra alguna.

Esperó un nuevo solsticio para observar que en Alejandría, situada a orillas del Mediterráneo -mucho más al norte-, no acontecía ese fenómeno, pues una vara perfectamente vertical sí proyectaba sombra al mediodía del 21 de junio.

Este “simple” detalle le llevó a concluir que tal fenómeno sólo podía explicarse si la superficie de la tierra no fuera plana, sino curva. Imaginó que la tierra se asemejara a una esfera y su espíritu buscador le llevó a querer calcular el tamaño de su perímetro, para lo cual ideó un experimento.

Contrató a un hombre que midió en pasos la distancia que separaba a las dos ciudades (el equivalente a 800 kilómetros). Cuando llegó el nuevo solsticio de verano clavó una vara vertical en Alejandría y lanzó una cuerda desde el extremo superior de la vara hasta el extremo de la sombra que proyectaba en el suelo. El ángulo medía siete grados.

Por sus conocimientos de geometría dedujo que ese ángulo era exactamente el mismo que formarían dos hipotéticas varas, una clavada en Alejandría y otra en Siena, si se prolongaran y encontraran en el centro de la Tierra.

Siete grados es aproximadamente la cincuentava parte de una circunferencia. Multiplicó cincuenta por los ochocientos kilómetros de distancia entre las dos ciudades y ¡plup! estimó la longitud de la circunferencia en 40.000 kilómetros.

Las mediciones actuales nos indican que esa cifra es de 40.076 km en el ecuador y de 40.009 km entre los polos.

Este hallazgo animó a muchos navegantes a aventurarse en la exploración del planeta pues, a partir de ese momento, su dimensión ya era conocida y, por tanto, manejable. La conclusión de Eratóstenes redujo considerablemente la incertidumbre facilitando el tránsito desde el conocimiento a la acción.

¿Qué enseñanza extraigo yo, investigador social?

Esta historia me sugiere que el valor del investigador no está en la calidad de sus respuestas, sino en la calidad de las preguntas que plantea, entendiendo la calidad en un doble sentido.

1) La finalidad de las preguntas, esto es, su capacidad para desafiar la “franja de confort” del paradigma imperante en el momento. En la época de Eratóstenes, la creencia dominante en una tierra plana.

2) La imaginación para diseñar la pregunta. El experimento ideado por Eratóstenes es la forma que eligió para preguntarle al universo: “Dime, ¿cuánto mide el perímetro de este planeta?” Para lo cual el genio del investigador construyó un lenguaje a base de rayos de sol, pasos, varas, sombras y cuerdas.

Y aquí quiero que te detengas conmigo un instante, pues la experiencia de Eratóstenes me hace pensar sobre el tecno-ilusionismo que observo a menudo en los tiempos que corren. Como si la tecnología fuera la solución a todo y nos liberara de la responsabilidad de crear el conocimiento.

Ojo. La tecnología nos abre un mundo fascinante de posibilidades para interrogar al universo, cierto. Pero es el genio humano quien puede dirigir las preguntas, porque les imprime el propósito, las diseña e interpreta la información que producen a la luz del conocimiento previo, ya sea para re-validarlo o cuestionarlo.

Tengámoslo presente. Nos ayudará a educar a nuestros hijos como genuinos herederos de todos los Eratóstenes que nos han precedido.

Y por último, compañeros responsables de marcas y organizaciones: por favor, no renuncieis al espíritu de Eratóstenes que habita en vosotros. Las herramientas tecnológicas que los investigadores llevamos bajo el brazo son eso, herramientas. No conocen el lenguaje del universo social por sí mismas. Conectad con el «Punto Eratóstenes» en vuestra vida profesional y os ayudará a mejor comprender para mejor actuar, como ya les pasó a los navegantes en ese lejano siglo II antes de Cristo.

(En dos minutos de video Carl Sagan cuenta la experiencia).

5 comentarios
  1. Alfonso Dice:

    Luismi, nopuedo decir que me sorprendas porque seria recurrente, pero si que siempre me deleitas. Maravilloso tema el que propones. Lo hemos hablado muchas veces. Las técnicas están para utilizarlas pero no hay nada mas peligroso que obnubilarse con ellas. Exactamente lo importante siempre será la pregunta.

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  2. Alejandro Martínez Dice:

    cuando leía este artículo me viene a la mente el experimento (ese reciente del cable suelto) que obtenía un hallazgo: había algo más veloz que la luz…

    Porque me empezaba a preguntar, cuando hablo de las abejas, si la afirmación de Einstein “Si la abeja desapareciera del planeta, al hombre solo le quedarían 4 años de vida” era cierta. Desgraciadamente es posible que esa certeza pueda ser una realidad.

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